El excelente artículo del secretario general del Comité Europeo de Empresas Vitivinícolas (CEEV), Ignacio Sánchez Recarte, publicado el pasado día 23 de febrero en la página web de la revista Enólogos www.revistaenologos.es, nos señala las preocupantes noticias sobre la 5ª Edición del Código Europeo de Lucha Contra el Cáncer, máxime cuando la Comisión Europea ha concedido una ayuda de gran envergadura a la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer (IARC) con la intención de actualizar el Código Europeo de Lucha Contra el Cáncer que, lógicamente, se enfocará en ese problema de salud.
Si el objetivo de las advertencias sanitarias, que se pretenden poner en las etiquetas de productos alcohólicos, es ayudar a los consumidores a tomar decisiones informadas sobre el consumo de alcohol, deberían incluir también los pros y contras. Resulta curioso que se intente criminalizar el consumo de bebidas alcohólicas con esta advertencia, cuando no hay prácticamente ningún alimento totalmente seguro.
La nutrición es una de las áreas de la ciencia más complicada que existen. Basta recordar lo que nos decía el profesor Francisco Grande Covián: “Incluso la humilde patata contiene más de 200 compuestos químicos”, algunos de ellos perjudiciales para nuestra salud, y también potencialmente cancerígenos, pero gracias a la concentración a la que se encuentran y los mecanismos que tenemos para eliminarlos, a nadie se le ocurre prescindir en su dieta de las patatas por esta circunstancia. Tenemos la tendencia a clasificar los alimentos en buenos o malos, pero ningún alimento puede considerarse perfecto, todos tienen sus ventajas e inconvenientes, hay componentes que nos son perjudiciales para un aspecto determinado de nuestra salud pero, a la vez, beneficioso para otro. Sólo se pueden juzgar los alimentos de forma global, no por sus componentes separados, debemos pensar en cantidades correctas o excesivas. Así es como tendríamos que considerar el vino y otras bebidas de baja graduación, ya que no solo son una mezcla de agua y alcohol.
Como es bien sabido por los lectores, los humanos metabolizamos el etanol mediante su oxidación a acetaldehído gracias al sistema de enzimas alcohol deshidrogenasas (ADH). A continuación, el acetaldehído se oxida aún más por acción de las aldehído deshidrogenasas (ALDH) hasta la molécula de acetato, reincorporar en al ciclo de Krebs y metabolizar hasta anhídrido carbónico y agua, a la vez que proporciona energía.
El acetaldehído es el principal responsable de la ebriedad y efectos dañinos que produce el alcohol. Es una molécula tóxica que puede unirse y modificar una gran variedad de moléculas biológicas, por ejemplo interfiriendo en la síntesis y reparación del material genético (DNA), formando compuestos cancerígenos. En el cerebro produce interferencias al unirse a neurotransmisores y señalizadores; también la adición que causa el etanol está relacionada con un producto de condensación entre el acetaldehído y la dopamina, denominado R-salsolinol.
El balance entre la actividad de estas dos enzimas (ADH y ALDH) es lo que regula la concentración de acetaldehído y, por lo tanto, los efectos indeseables del alcohol. La oxidación del acetaldehído por la enzima aldehído deshidrogenasa es extremadamente eficaz, de modo que los niveles circulantes de acetaldehído suelen ser unas 1.000 veces inferiores a los del etanol; aunque pueden llegar a ser muy altos en el hígado tras una ingestión excesiva de etanol, por una alta actividad de la alcohol deshidrogenasa y/o baja de la aldehído deshidrogenasa.
La variante genética ALDH2*2
Como comentábamos en un artículo publicado en el número 146 de la revista Enólogos (edición de noviembre de 2024), se conocen variantes genéticas en los genes de alcohol y aldehído deshidrogenasas en las poblaciones humanas que condicionan el consumo de alcohol por los efectos adversos que produce. En particular, hay una variante ALDH2*2 en el gen que codifica la enzima más importante del metabolismo del acetaldehído la ALDH2, que hace que esta enzima tenga una baja actividad. Las frecuencias de esta variante son más altas en los chinos Han y japoneses, y más bajas en otras partes de Asia; y rara vez esta variante se encuentra fuera de ese continente. Basta que una sola subunidad pertenezca a la variante ALDH2*2 para convertir a la enzima tetramérica en prácticamente inactiva en condiciones fisiológicas; produciendo una acumulación tóxica de acetaldehído tras el consumo de etanol. Lógicamente estos individuos son los más susceptibles a sufrir los efectos perjudiciales del acetaldehído, algo que no suele ocurrir, ya que esta variante hace que las tasas de alcoholismo tiendan a ser muy bajas en las poblaciones de Asia oriental, como consecuencia de los efectos disuasorios del consumo de alcohol debidos a la acumulación de acetaldehído, que les produce nauseas, dolor de cabeza, vasodilatación o bronco-constricción.
Si tenemos en cuenta que a los humanos nos conviene eliminar los efectos tóxicos del etanol lo antes posible, deberíamos haber seleccionado a lo largo de la evolución, las variantes de los genes de la aldehído deshidrogenasas que fueran más eficaces y, por lo tanto, la mutación ALDH2*2, debería haber desaparecido casi en su totalidad, pero todavía hay unos 500 millones de personas con esta mutación en la zona asiática. Si no lo han hecho, es porque sus sustratos han estado ejerciendo otras funciones de gran importancia.
Hay seis genes que codifican las enzimas de alcohol deshidrogenasa y 12 genes de aldehído deshidrogenasas. El hecho de que tengamos tantos genes para metabolizar alcohol se debe a que necesitamos detoxificar el etanol en distintos órganos y tejidos, pero también debemos transformar otros alcoholes importantes para el correcto funcionamiento de nuestro organismo, tales como el retinol para la síntesis de ácido retinoico, una forma de vitamina A. Por otra parte, nuestros macrófagos (o células fundamentales de las defensas innatas) producen de forma natural aldehídos que ejercen un importante papel en la lucha contra las bacterias y otros microorganismos, y las aldehído deshidrogenasas también tienen la misión de destruir estos aldehídos producidos por los macrófagos una vez que han realizado su función. Se ha visto que los individuos que poseen variantes de los genes de aldehído deshidrogenasas muy eficaces son más sensibles a infecciones bacterianas, tales como la tuberculosis, cuyo bacilo necesita ser combatido particularmente por la acción de los macrófagos, al detoxificar a los aldehídos naturales demasiado rápido impiden que estas sustancias ejerzan su acción antibacteriana. Esta es una de las explicaciones, plausibles, por la que las variantes lentas de la ALDH2 no hayan desaparecido por presión de selección en poblaciones con alta incidencia de tuberculosis, como son las de Asia Sudoriental.
Las dos caras del dios Jano
Todo esto nos sugiere que una pequeña ingesta de alcohol, al generarse acetaldehído, ayuda combatir infecciones, por lo que mantener un cierto nivel de acetaldehído tras ingerir alcohol pudo resultar beneficioso para controlar las infecciones en nuestros ancestros y, por lo tanto, no ha sido tan malo para nuestra evolución, y añade otra razón, además de la dietética, del por qué nos gusta el alcohol a los humanos. Valga lo que acabamos de comentar para incidir en que algo que aparentemente es malo puede ser bueno en otras circunstancias pero, en ningún caso, quisiera que se interpretara como que el tomar alcohol nos va a proteger de sufrir infecciones. En bioquímica solemos encontrar muchas veces las dos caras del dios Jano, es decir, una buena o beneficiosa y otra mala operjudicial.
En un artículo titulado “Efecto beneficioso del consumo moderado de vino sobre la salud cardiovascular” publicado en el nº 132 de la revista Enólogos (edición de julio de 2021) señalábamos que la relación que se observa entre consumo de alcohol y las enfermedades cardiovasculares era, en términos generales, bifásica, siendo protector en cantidad baja y moderada, mientras que es perjudicial en ingestas altas, incluso cuando es consumido de forma ocasional. Como bien apunta en su artículo el secretario general del CEEV, el consumo de alcohol y el riesgo de mortalidad presenta una curva en forma de J, lo que demuestra que el consumo moderado tiene un efecto importante sobre la mortalidad (Figura 1).
El vino no es solo una disolución hidroalcohólica, y poner en el mismo saco el vino con otras bebidas alcohólicas es un gravísimo error. Con gran probabilidad los lectores habrán oído hablar de la famosa “paradoja francesa”. No se encontraba explicación científica del por qué Francia tenía muy poca mortalidad por enfermedades cardiovasculares en comparación con otros países, cuando su consumo de grasa saturada (mantequilla, pate, foie-gras, queso…), era tan alarmante. Hubo quien para explicar esta paradoja llegó a acusar a los médicos franceses de que no cumplimentaban bien los certificados de defunción, hasta que se demostró que era consecuencia de la protección que les aportaba el consumo de vino y su efecto beneficioso, en especial por sus componentes, los polifenoles, que son unos potentes antioxidantes ejerciendo importantes beneficios en prevención de enfermedades cardiovasculares y también frente al cáncer. Sostienen algunos que se pueden conseguir los efectos beneficiosos de los polifenoles de otra forma que no sean asociados al alcohol. Una de las reglas para conocer la solubilidad de los compuestos es la que sostiene que “lo semejante disuelve a lo semejante”, que significa que las sustancias se disuelven entre sí solo cuando su composición química son muy parecidas, por lo tanto, los polifenoles tienen mayor solubilidad en alcohol etílico o disoluciones alcohólicas que en agua.
Una visión científica completa y no dogmática
Es fundamental para dar una advertencia sanitaria tener una visión científica completa y no dogmática. Los responsables de esta absurda iniciativa deberían preguntarse: ¿es una buena estrategia sanitaria el prevenir la muerte por cáncer, si a la vez aumentamos el riesgo por otras causas? Pongamos por caso: Si “no hay nivel de consumo seguro de alcohol” para prevenir el cáncer, cosa que todavía está en entredicho, y si ese nivel bajo de consumo previene la muerte por enfermedad cardiovascular como es el vino, entonces no te morirás por cáncer pero lo harás por un infarto o un ictus. Es decir, ¿se va a “desvestir a un santo para vestir a otro”? Queriendo resolver un problema van a crear otro nuevo. Además no entiendo cómo se centran en las bebidas alcohólicas y las enfermedades oncológicas, sin hacer distinciones y tener en cuenta las bebidas de baja graduación como el vino, dado su demostrado efecto protector sobre otras patologías como son las enfermedades cardiovasculares e, incluso, de lo que pretenden prevenir, el cáncer. Es más, el efecto cancerígeno que pudiese tener el vino por su contenido de alcohol, se contrarresta por su alto contenido de antioxidantes.
El consumo de bebidas alcohólicas es parte del estilo de vida de varias culturas. Por ello, resulta prudente sugerir un consumo de alcohol bajo-moderado entre las personas que les gusta el vino y no recomendar nunca beber para mejorar los resultados de salud. Mantener una dieta y un estilo de vida saludable no debe ser una elección, sino una responsabilidad. Por lo que me parecen muy acertadas las medidas propuestas por el CEEV sobre los mensajes sanitarios que se deberían dirigir a la población e incluir en las etiquetas. Esperemos que se les escuche.
Para finalizar, quisiera que los dirigentes del IARC y los que no quieren hacer distinción entre el consumo nocivo y el consumo moderado de alcohol, recordaran la siguiente frase del padre de la Medicina y de la Ética Médica, Hipócrates de Cos, referente al vino.
Referencias
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MIGUEL POCOVÍ | Doctor en Ciencias y catedrático de Bioquímica y Biología Molecular