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Castilla-La Mancha, en busca del podio mundial del vino

Castilla-La Mancha, la mayor región vitivinícola del mundo, reúne argumentos suficientes para acceder al podio mundial del vino. En un hipotético ranking de los grandes países vitivinícolas occidentales ocuparía el tercer lugar en extensión, prácticamente empatado con el resto de España y sólo por detrás de Francia e Italia, y el cuarto puesto en producción, superado por los dos anteriores y Estados Unidos. Con más de 300 bodegas y 22 denominaciones de origen, la comunidad autónoma suma 453.000 hectáreas de viñedo (casi la mitad del total nacional) y produce anualmente alrededor de 20 millones de hectolitros.

El país del Quijote ha adquirido un peso específico creciente en el mapa vitivinícola internacional, aunque aún tiene pendiente el reto de reducir significativamente el peso del granel en su estructura productiva, aumentar la proporción de vino embotellado e incrementar el precio medio del litro comercializado. Los grandes consorzi vinicoli italianos, que revolucionaron la estructura del negocio después de la Segunda Guerra Mundial, representan un ejemplo estimulante que merece la pena conocer.

En la búsqueda de la optimización de la estructura vitivinícola de la comunidad autónoma, el Gobierno regional, en colaboración con la Universidad de Castilla-La Mancha, estableció en 2019 un Plan Estratégico con el objetivo de alcanzar una facturación de 2.500 millones de euros en 2025, de los que 1.000 millones de euros corresponderían al capítulo exportador.  

Los hermanos Solís Yáñez, naturales de Villanueva de los Infantes y artífices de uno de los grandes grupos empresariales del planeta vitivinícola

En aquel momento, el estudio desarrollado por la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Agrónomos y de Montes de Albacete, coordinado por el profesor de Economía, Sociología y Política Agraria, Juan Sebastián Castillo Valero, no pudo prever los efectos de la pandemia provocada por el virus chino que estalló en los primeros meses de 2020, causando estragos en la economía mundial, ni tampoco la invasión de Ucrania por parte de Rusia en febrero de 2022 y, consecuentemente, los efectos acumulados que ambos hechos tendrían sobre el precio de las materias primas.

No obstante, en el período interanual que va de junio de 2022 al mismo mes de 2023, las exportaciones de vino castellanomanchego alcanzaron el 59% del total nacional con 12,11 millones de hectolitros frente a los 20,86 millones de España (cifra que se aproxima al 90% si la estadística se limita al vino a granel, con 10,20 millones de hectolitros frente a 11,43 millones). Los datos, publicados por el Observatorio Español del Mercado del Vino, ponen de relieve el liderazgo exportador de Castilla-La Mancha, que aumentó un 5% en volumen y un 10,5% en valor hasta superar los 769 millones de euros frente a los 2.998 millones del total nacional, lo que representa el 25,6% de la facturación, es decir, más de uno de cada dos litros de vino español exportado y uno de cada cuatro euros generados. La realidad se mantiene aún lejos de los objetivos fijados, pero muestra, en cambio, una tendencia al alza de manera estable y un crecimiento superior a la media española, de acuerdo a las estadísticas oficiales.

Pero para entender el liderazgo que Castilla-La Mancha ejerce en algunos ámbitos del sector vitivinícola nacional y el papel que aspira a desempeñar en el concierto internacional es necesario entender las características y complejidad de su sistema productivo.

Finca Alto Buen Grado, el nuevo proyecto vitivinícola de la familia Bellido (Manzanares, Ciudad Real)

El tejido empresarial de Castilla-La Mancha

El tejido bodeguero de la comunidad autónoma está presidido, mayoritariamente, por la presencia de grandes cooperativas fundadas en el siglo XX (entre las mayores del mundo en términos de volumen) que conviven con dos gigantes del planeta vitivinícola (J. García Carrión  y Félix Solís Avantis) junto a una amplia constelación de bodegas de distinto tamaño, muchas de ellas familiares, dirigidas a todos los segmentos del mercado. En resumen, un universo único y diverso que cubre la práctica totalidad de la demanda.

Castilla La Mancha posee 22 denominaciones de origen vitivinícolas, de las que 12 corresponden a vinos de pago, el escalón más alto en la jerarquía vitivinícola, además de la Indicación Geográfica Protegida Vino de la Tierra de Castilla y la marca de calidad diferenciada Cueva, dedicada exclusivamente a la elaboración de vino espumoso de calidad.

«Volver para quedarse» (vídeo de la Cooperativa El Progreso, dirigido por Hugo de la Riva)

Las 10 denominaciones de origen son las de Manchuela, Valdepeñas, La Mancha, Almansa, Uclés, Méntrida, Mondéjar, Ribera del Jucar, Campo de Calatrava y Jumilla (ésta última compartida con Murcia). A ellas se suman 12 pagos vitivinícolas con denominación de origen propia, una figura que la comunidad autónoma introdujo en su legislación, de manera pionera en España, hace más de dos décadas y que, desde entonces, ha ido ampliando el número de integrantes. Actualmente, este selecto club está integrado por Pago Florentino, Pago Los Cerrillos, Pago Dehesa del Carrizal, Pago Vallegarcía, Pago Casa del Blanco, Pago Calzadilla, Pago del Vicario, Pago Campo de La Guardia, Pago Dominio de Valdepusa, Pago de La Jaraba, Pago Finca Élez y Pago Guijoso. Además, también hay que considerar la relevancia creciente de la IGP Vinos de la Tierra de Castilla, una herramienta que ha ido ganando seguidores, reconocimiento e influencia con el paso de los años. Y, finalmente, cabe destacar la marca de calidad diferenciada Cueva, un instrumento que identifica a los vinos espumosos elaborados por el método tradicional que se producen, mayoritariamente, en la localidad toledana de Villanueva de Alcardete.

Virgen de las Viñas Bodega y Almazara (Tomelloso, Ciudad Real)

Fortalezas y debilidades

Desde el punto de vista vitivinícola, Castilla-La Mancha evidencia grandes fortalezas e innegables debilidades que son las que, hasta el momento, han condicionado su crecimiento y limitado sus posibilidades de cara a la consecución de retos más ambiciosos. Las fortalezas residen, sin duda, en la variedad, calidad y cantidad de su materia prima, en su moderno tejido productivo y en una riqueza empresarial ordenada en torno a más de 20 denominaciones de origen y figuras de protección. La principal debilidad es deudora de su eleva dependencia del granel, cuyo peso alcanza en torno al 80% del total, un factor que reduce sensiblemente el precio medio del litro de vino comercializado y la posibilidad de sustituir el actual modelo de economía social, todavía atomizado, por una reducida estructura de grandes corporaciones cooperativas, al modo italiano, que permita ganar tamaño, incrementar el precio, aumentar el porcentaje de embotellado y, en definitiva, obtener más rentabilidad y eficiencia.

Cooperativa Jesús del Perdón-Bodegas Yuntero (Manzanares, Ciudad Real)

En muchas ocasiones, se dice en los medios de comunicación que las grandes cooperativas vitivinícolas del mundo están radicadas en La Mancha. Hablamos de nombres propios que agrupan a miles de socios y decenas de miles de hectáreas como son Virgen de las Viñas Bodega y Almazara, de Tomelloso, Cooperativa Jesús del Perdón-Bodegas Yuntero, de Manzanares, Sociedad Cooperativa Cristo de la Vega, de Socuéllamos, el Progreso Sociedad Cooperativa, de Villarrubia de los Ojos o, entre las entidades de segundo grado, Baco Bodegas Asociadas Coop SC, con sede en Alcázar de San Juan. Pero pese al mérito innegable que supone mantener e incrementar la actividad, de manera ininterrumpida, durante muchas décadas (en el caso de El Progreso, desde 1917) es, igualmente, cierto que se trata de cooperativas de reducida facturación frente a los grandes grupos españoles de economía social o los colosos del vino surgidos en torno a cooperativas italianas, francesas y alemanas.

Bodega de Faenza de Gruppo Caviro (Rávena – Emilia-Romaña) del Gruppo Caviro

El éxito cooperativo italiano

Es probable que Italia haya sido el país que con mayor fortuna ha gestionado su modelo cooperativo vitivinícola, una fórmula de economía social que surgió a finales del siglo XIX en Piamonte y Venezia-Tridentina, desde donde se extendió al resto del territorio.

La información contenida en el  estudio titulado «Los consorzi vinicoli en Italia durante el siglo xx: un modelo de empresa cooperativa de éxito», escrito por el profesor Francisco J. Medina-Albaladejo, de la Universidad de Valencia, incide especialmente en las razones del éxito italiano frente a las experiencias de otros países europeos. “Los grupos italianos”, explica, “no copan únicamente los primeros puestos de la lista de mayores cooperativas del vino de Europa, sino también el de las mayores empresas vinícolas dentro de su propio mercado”. “De las ocho empresas vinícolas más grandes de Italia”, añade, “cinco son cooperativas y casi todos ellas tienen un elevado porcentaje de facturación obtenido en el mercado exterior”.

El resultado, en el momento de la publicación del estudio, es que siete de las 11 grandes cooperativas vitivinícolas de Europa eran italianas frente a dos francesas y otras dos alemanas. Ninguna española figuraba en ese exclusivo ranking. Los consorzi vinicoli italianos marcan la pauta (GIV, Caviro, Cavit, Cantine Riunite/CIV, Soave, Mezzacorona y Cevico) destacan junto a los franceses Centre Vinicole Champagne Nicolas Feuillatte y Blasons y los alemanes WZG y Badisher Winzerkeller.

El cooperativismo vitivinícola italiano, explica Medina-Albaladejo  se constituyó como un movimiento débil y atrasado con respecto a otras zonas de Europa hasta la Segunda Guerra Mundial, momento a partir del cual se comenzó a desarrollar gracias a una legislación específica y la ayuda financiera del Estado. En un principio, tuvieron una orientación productivista, elaborando vino estandarizado y comercializado a granel. Sin embargo, posteriormente, comenzarían a presentar una serie de hechos diferenciales que explican su posterior éxito, destacando especialmente la presencia de fuertes «organizaciones “paraguas” que operaban a nivel regional, nacional e internacional. Estas estructuras centralizadas lideraron y planificaron las estrategias de desarrollo y el proceso de concentración y reestructuración del sector. “Se incentivó”, señala, “la unión de las bodegas cooperativas de primer grado en los denominados consorzi cooperativos (cooperativas de segundo y tercer grado), aplicando modernas estrategias de dirección, profesionalización de la gestión y estructura divisional. Todo ello ayudó al proceso de industrialización e integración del sector vitivinícola italiano”.

Estas asociaciones crearon estructuras de apoyo técnico y financiero, cuyo fin era crear grandes consorcios de ámbito nacional que permitieran coordinar la producción y concentrar la oferta en distintos sectores agrarios. “El objetivo principal”, concluye, “era reorganizar los consorcios provinciales o regionales existentes, uniéndose para aumentar su poder contractual y actuar como grupo de presión en la política agraria italiana. Todo ello acabó generando un modelo cooperativo de éxito”.

Cantina di Soave (Verona – Véneto)

Las cooperativas manchegas en el contexto europeo

La concentración cooperativa castellenomanchega ha sido constante en los últimos años gracias a la iniciativa de los propios interesados y, especialmente, al impulso de la Administración regional que, mediante estímulos económicos y la aprobación de una normativa específica, ha intentado favorecer la creación de grupos de mayor dimensión. Es el caso del reconocimiento de Entidades Asociativas Prioritarias de Interés Regional (EAPIR) de Castilla-La Mancha, que tiene como finalidad aumentar la dimensión empresarial mediante la participación en procesos de integración, ordenar la oferta, optimizar los recursos humanos y económicos y, en definitiva, mejorar la competitividad de las empresas implicadas.

La positiva evolución experimentada en los últimos años ha incrementado de manera notable la facturación de las grandes cooperativas manchegas, encabezadas por Virgen de las Viñas, con 72 millones de euros, y Bodegas Yuntero, con 67 millones de euros. No obstante, las cooperativas castellanomanchegas están todavía muy lejos de la dimensión alcanzada por los consorci vinicoli italianos o franceses.

El Gruppo Caviro facturó en 2022 un total de 471 miliones de euros, ligeramente por delante de Gruppo Italiano Vini (GIV), con  446 millones de euros, y a gran distancia del emporio francés creado en 2021 en Champagne, tras la megafusión de Centre Vinicole-Champagne Nicolas Feuillatte y la Coopérative Régionale des Vins de Champagne (CRVC), con una facturación conjunta de 287 miliones de euros. Por su parte, el resultado de la italiana Cavit ascendió a 264,8 millones de euros mientras que Cantina di Soave obtuvo 143,8 millones de euros.

Centre vinicole Champagne Nicolas Feuillatte (Chouilly, Côte des Blancs – Champagne)

El reto de la creación de los grandes consorcios manchegos

Un gran consorcio manchego, que integrara, por ejemplo, a las mayores cooperativas de Ciudad Real, superaría los 200 millones de euros de facturación y estaría en condiciones de disputar la gran competición mundial del vino, con una importante capacidad operativa y de negociación como grupo de presión global dentro de su ámbito. Se trata de una hipótesis de trabajo basada en el modelo italiano, que es extensible, aunque en menor medida, al aplicado en otros países europeos. Al mismo tiempo, el presumible éxito de los consorcios manchegos ayudaría a impulsar al sector vitivinícola regional en su conjunto y a conseguir el principal reto, que no es otro que ofrecer la mejor calidad al consumidor con la mayor eficiencia posible, para lo cual sería preciso reemplazar el actual modelo, basado mayoritariamente en el granel, por otro que diera verdadero protagonismo al embotellado y redundara en el incremento del valor añadido de manera constante y progresiva. Los consorci vinicoli italianos constituyen un ejemplo cercano y realista.

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